Para entender la noticia de esta semana, es necesario saber un poco del contexto que originó el rescate a Grecia.
La crisis de la deuda soberana en Europa empezó en Grecia en 2009. La causa fue un enorme déficit presupuestario financiado con la deuda pública. Los déficits fiscales se debían a la incapacidad del gobierno griego de recaudar los impuestos, un sistema de pensiones exageradamente generoso, un sector público inflado y un sector privado poco competitivo.
Un país con estas condiciones no tiene acceso a los mercados financieros internacionales, o tiene que pagar una prima de riesgo muy alta. Sin embargo, Grecia es el miembro de la Unión Europea y como moneda tiene el euro. Los acreedores asumieron, incorrectamente, que la deuda de Grecia es de alguna manera garantizada por la Unión Europea y en consecuencia Grecia pagaba la misma tasa que Alemania. Cuando las tasas de interés son bajas existe un incentivo perverso para aumentar la deuda en vez de realizar dolorosos y poco populares cambios estructurales.
Dado que Grecia necesitaba contratar deuda nueva para pagar los intereses de la deuda vieja, el país enfrentó la insolvencia. En 2010 Grecia se vio obligada a pedir un rescate financiero a la Unión Europea, al Banco Central Europeo (BCE) y al FMI (la famosa Troika).
Un rescate financiero otorgado, como del que hacen referencia en el texo, consistía en créditos a bajas tasas de interés de 240 mmd, una renegociación de la deuda con acreedores privados y un paquete de medidas de austeridad que Grecia tenía que llevar a cabo para equilibrar las finanzas publicas, reducir la deuda como proporción del PIB y mejorar la competitividad del país. Los acreedores privados aceptaron “voluntariamente” la reducción del capital de 75%. Aun así la relación deuda/PIB siguió creciendo porque las medidas de austeridad provocaron una severa recesión, lo que redujo la recaudación de los impuestos y aumentó el déficit presupuestario a pesar de los recortes severos en el gasto público. Las medidas para aumentar la competitividad son difíciles de implementar y tardan mucho en producir efectos.
En definitiva, Grecia quiere dejar de ser un país extraordinariamente sobreendeudado para convertirse en uno tan sobreendeudado como los demás. Pero para ello los retos son enormes. Las metas de déficit son exigentes durante años:
Se hace necesario seguir mejorando el clima para hacer negocios y limpiar unos bancos con niveles de morosidad altísimos. Pero también hace falta certidumbre: los inversores no volverán hasta que no se sepa que hay un camino despejado de riesgos al menos durante diez años, reiteran diversos miembros del Ejecutivo. Pese a haber mejorado, las exportaciones necesitan ganar más tamaño para seguir pagando la deuda con el exterior.
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