La crisis de 2008, la economía global, o al menos sus sofisticados mercados financieros, que comenzó en Estados Unidos y luego se expandió al resto de los Estados, estuvo a punto de hundirse por completo. La burbuja de las hipotecas ocultaba el hecho de que la situación económica en Estados Unidos no era tan buena como podía o debía haber sido. La crisis financiera demostró que los mercados financieros no funcionan bien de manera automática, y que los mercados no se autorregulan. Por lo que, el gobierno aún tiene un papel importante que jugar dentro de la economía.
Por lo que, el papel del Estado difiere de un país a otro y de una época a otra. El capitalismo del siglo XXI es distinto del siglo XIX. La lección aprendida del sector financiero se confirma en otros sectores: aunque las regulaciones del New Deal no funcionen hoy, lo que se necesita no es una desregulación total sino más regulación en determinadas áreas y menos en otras.
La globalización y las nuevas tecnologías han abierto la posibilidad de nuevos monopolios mundiales con una riqueza y un poder muy superiores a lo que los barones de finales del siglo XIX. Por lo que, se ha aumentado la necesidad de regular mejor la gobernanza corporativa.
Aunque los beneficios privados y sociales en la producción de bienes convencionales sean semejantes, los beneficios sociales y privados de la innovación pueden diferir en gran medida. Incluso hay innovaciones que tienen repercusiones sociales negativas. Por su parte, el sector privado se preocupa de saber de qué parte del valor de la idea puede apropiarse, no de los beneficios para la sociedad en general. El resultado es que el mercado puede gastar demasiado dinero en algunas áreas de investigación y demasiado poco en otras. Sin la ayuda del gobierno, habría muy poca investigación básica.
Asimismo, en la economía innovadora del siglo XXI, el gobierno puede tener que asumir un papel más importante para sufragar la investigación básica para marcar la dirección de esta y poder lograr un régimen de la propiedad intelectual más equilibrado que permita a la sociedad obtener el máximo beneficio de los estímulos que puede proporcionar sin los costes asociados, incluido el de monopolización.
La recesión de 2001 demostró que el país aún podía gastar más de la cuenta en fibra óptica y otras inversiones, y esta recesión ha demostrado que todavía puede gastar más de la cuenta en vivienda. Las burbujas y sus consecuencias se producen en el siglo XXI exactamente igual que lo hacían en el XVIII, el XIX y el XX.
Los mercados son imperfectos, pero el gobierno también. Los mercados fallan, pero los fallos del gobierno —dicen algunos— son peores. Los mercados pueden generar desigualdad, pero la desigualdad generada por el gobierno puede ser peor. Los mercados pueden ser ineficientes, pero los gobiernos son más ineficientes todavía.
Uno de los principales cometidos del gobierno es dictar las reglas y nombrar los árbitros. Las reglas son las leyes que gobiernan la economía de mercado. Los árbitros incluyen a los reguladores y a los jueces que ayudan a aplicar y a interpretar las leyes. Las antiguas reglas, aunque funcionasen bien en el pasado, no son las reglas deseables para el siglo XXI. Donde la sociedad debe tener confianza en que las reglas se establecen con equidad y los árbitros actúan con justicia.
Capear esta crisis, y evitar crisis futuras, es una cuestión tan política como económica. Si nosotros como país no acometemos esas reformas, corremos el riesgo de que se produzca una parálisis política, dada las demandas contradictorias de los distintos intereses particulares y del país en general. Y si evitamos la parálisis política, puede muy bien ser que sea a costa de nuestro futuro: endeudándonos en el futuro para financiar los rescates de hoy, y/o creando unas reformas mínimas hoy, con lo cual no hacemos sino aplazar los problemas más graves.
Actualmente el reto es crear un Nuevo Capitalismo. Hemos visto los fallos del viejo. Pero crear ese Nuevo Capitalismo requerirá confianza, incluida la confianza entre Wall Street y el resto de la sociedad. Nuestros mercados financieros nos han fallado, pero no podemos funcionar sin ellos. Nuestro gobierno nos ha fallado, pero no podemos prescindir de él. Un ambiente de amargura e indignación, de miedo y desconfianza, no es el mejor para emprender la larga y dura tarea de reconstrucción. Si se quiere recuperar una prosperidad sostenida, necesitamos una nueva serie de contratos sociales basados en la confianza entre todos los elementos de nuestra sociedad, entre los ciudadanos y el gobierno, y entre esta generación y las generaciones futuras. Es decir, ahora tendremos que reconstruir una sociedad donde el papel del gobierno y el papel del mercado estén más equilibrados. Un mayor equilibrio puede llevarnos a una economía más eficiente y más estable.
Para comprender mejor el análisis de la información anterior se presentara una noticia del periódico New York Times.
“El capitalismo tiene un problema… ¿se puede solucionar regalando dinero?”

En la mayor parte del mundo, los trabajadores enfurecidos denuncian la escasez de empleos con sueldos que permitan aspirar a una vida de clase media. Los economistas intentan resolver el crecimiento cada vez menor de los salarios, justo cuando los robots están listos para remplazar a millones de trabajadores humanos. En la reunión que se celebra cada año en el complejo turístico suizo de Davos donde se reúne la élite mundial, los multimillonarios caciques financieros debaten la manera de hacer que el capitalismo sea más amable con las masas para apaciguar al populismo.
A pesar de que los detalles y las filosofías varían de lugar en lugar, la noción general es que el gobierno otorga cheques a todo el mundo de forma regular, sin importar el ingreso de cada uno o si están trabajando. El dinero garantiza el alimento y el techo para todos, y, al mismo tiempo, elimina el estigma del apoyo gubernamental.
Es evidente que el ingreso básico universal es una idea que trae un impulso. A inicios de este año, Finlandia comenzó un experimento de dos años de ingreso básico a nivel nacional. Recientemente, en Estados Unidos, se completó una prueba en Oakland, California, y se está a punto de lanzar otra en la ciudad cercana de Stockton, una comunidad que fue golpeada por la Gran Recesión y la consecuente epidemia de ejecuciones hipotecarias.
Una clara señal de la aceptación que tiene el concepto en la actualidad fue que, hace poco tiempo, el Fondo Monetario Internacional —una institución que no es propensa a tener sueños utópicos— exploró la posibilidad de que el ingreso básico universal fuera un bálsamo para la desigualdad económica.
No a todos les gusta la idea. Los conservadores están inquietos porque creen que regalar dinero libre de obligaciones hará que las personas se vuelvan haraganes dependientes de los subsidios.
Amanera de conclusión se puede establecer que el capitalismo ha ido cambiando a lo largo de la historia. En donde la economía y el Estados han ido cambiando sus roles dentro del sistema internacional. La crisis del 2008 trajo consigo numerosos cambios. En donde la sociedad ha perdido la esperanza en las cuestiones económicas y de gobierno. Sin embargo, el autor establece que estos dos aspectos se deben de equilibrar para el buen funcionamiento, ya que, sin ellos no se podría funcionar bien el sistema internacional. Con relación a la noticia que se presentó, debido a los numerosos efectos del capitalismo se plantea la posibilidad de que los ciudadanos reciban dinero cuando no trabajen y aunque estos ya se han aplicado, existen cuestiones a favor o en contra de estos. . Por lo que, es necesario su reconfiguración, tanto de la economía como del gobierno dentro del sistema internacional.
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